
Mi legado
Escrito por Alexia Mercado
Si me quedara callada no me habrían llamado arrogante.
Si me quedara callada no me habrían dicho: "llevas como dos años en una gran guerra".
Si me quedara callada no me expresarían con juicio: “no des tu tiempo a esto"
Si me quedara callada no tendrían que reducir mi nivel de angustia con paternalismo: "duerme y descansa".
Si me hubiera quedado callada, mis disculpas, mi dolor y mi fragilidad no tendrían que ser ignoradas.
Este es mi legado: hablar.
Porque si me callo, solo existo cuando soy funcional.
Porque mi intensidad es negada, incluso cuando es visible en el cuerpo la herida.
Y porque cuando grité: "necesito ayuda", respondieron: "cada quien decide cómo interpretar lo que le dicen".
Esta es la verdad:
solo funcionas para los demás si eres saludable.
Porque cuando una situación mental te ataca, no pueden —o no quieren— verlo.
El afecto parece condicionado a la versión funcional de un trastorno.
Cuando más necesitas contención, presencia, o simplemente un silencio compartido, es cuando más les funciona a los demás alejarse.
Aquí todo se llena de niebla,
y me llamas inestable.
Hoy quiero hablar de los afectos que solo me reconocen cuando funciono, cuando es conveniente.
Cuando estoy lúcida, creativa, amorosa, dispuesta.
Pero no cuando me rompo.
No cuando lloro.
No cuando me asusto de mí.
Y si esta vez eligiera el silencio,
solo estaría obligando a mi versión dócil a encajar.
Solo un rincón del silencio contenido era mi consuelo.
He sido testigo de esto antes.
La historia no se repite, pero rima.
Una vez más, enferma, me dejan a la intemperie.
Lidiar con mi dolor exime a algunos de verlo.
Y la distancia es el único gesto que pueden dar.
Sé que en nuestra estirpe las cosas se arreglan distinto.
Que casi nunca se confrontan.
Que somos Mercado y por eso debemos callar. Evitar el conflicto. No darle demasiada importancia a lo que nos arde por dentro. Pero si no importara, no dolería así. Si no pesara, no estarías actuando como lo haces.
En los Mercado hay un mandato silencioso, casi ritual:
— Sé fuerte.
— No armes escenas.
— No te lo tomes personal.
— Haz lo que te toca y calla lo que sientes.
Pero desde que tengo memoria, siempre fui la boca grande. La que no sabe quedarse quieta. La que necesita decir lo que le pasa. Nombrarlo. Entenderlo.
Y no para exhibir a nadie, sino porque callar me enferma. Porque lo que no se dice se pudre. Y yo no quiero heredar ese silencio.
He sido más dura conmigo que con nadie. He diseccionado mis emociones, mis reacciones, mis errores… muchas veces con más rigor que con quienes me lastiman.
Incluso si son de mi propia sangre.
Y aún así, no es suficiente.
Porque después llega la paranoia. La duda. El veneno que me dice que yo soy el problema. Que hablar está mal. Que expresar lo que me duele es hacer un escándalo innecesario.
En esta familia, el que grita pierde.
El que se desborda queda marcado.
Un Mercado no grita. Un Mercado traga saliva, se endereza y da una cachetada con guante blanco.
Pero yo no quiero guantes. No quiero que pase el tiempo y me digan “ya supéralo” mientras nadie se hace cargo de nada.
Prefiero ser llamada exagerada y gritona
que obediente y ciega.
Prefiero gritar antes que permitir
que me sigan viendo la cara.
Porque eso es lo que ha pasado.
Y yo ya no me voy a callar.