Doce años después…

Regresé a casa por unas fotos y estuve revisando los cajones. Salieron unas hojas que he guardado desde hace años y me acosté a leerlas. Son textos que escribí cuando tenía dieciocho años.

Me llamó la atención la introducción que yo misma redacté:

“Este libreto tiene la finalidad de que sea descubierto por mí en años futuros. Leer mis cosas pasadas, comparar los tiempos, el momento en que los narro y cómo me siento en ese momento. La música que escucho, la esencia que uso, en quién pienso, si estoy bañada, si tengo sueño, en dónde estoy y qué debería estar haciendo…”

Doce años después, no ha cambiado mucho la esencia de mis narraciones.


Tengo puntos a favor al comparar las historias del pasado y del ahora.

Recuerdo que basaba mi existencia en una desdicha concreta: no haber dado mi primer beso, y no ser correspondida por aquel chamaco. Le dediqué páginas enteras a cualquier situación accidental y a cualquier tipo de mirada que me lanzara. Lo endiosé. Una vez lo encontré en la entrada de la iglesia y le inventé diálogos magistrales.

También veo que encontré una especie de cura para ese cuadro depresivo. Tal vez ya habría llegado a mi final, pero hubo un giro de trama.

Tenía mi vida perfectamente mapeada hasta los dieciocho, y ni siquiera en mis ensoñaciones me imaginaba con esta edad.

Qué bueno, porque habría inventado algo como esto:

Una señora se me acerca sin saludarme, sin presentarse.

—Ni te preocupes, que ese chamaco no te corresponda es lo más suave que te va a pasar en esta vida.

—¿Por qué? ¿¡Cómo sabe!?

—Te sorprendería saber que siempre estarás contrariada por una razón singular: la constancia.

—¿Constancia? ¡Ay! Nada superará que haya malinterpretado un mensaje suyo y, el día de mi cumpleaños, lo haya visto coqueteando con mi amiga. Yo todavía creyendo que hablaríamos al final de la fiesta…

—La verdad —dice la señora, irónicamente—, es que tienes razón. Esa historia es insuperable. Cualquier cosa que te suceda después, la vas a comparar con ese día… y te alegrarás de que sea así.

No entendí por qué parecería reconfortante tener en mente aquella noche que tanto dolió.

—Cuando tengas treinta me darás la razón.

—¿Por qué dice eso? ¿Sabe algo sobre el chamaco? —le pregunté. Quería saber si la señora tenía algún tipo de conocimiento sobre si yo tenía posibilidades con él.

—Sé que no le gustas —respondió, riéndose de tal forma que me indigné.

—¿Pero entonces qué es lo que sabe? ¿Tendré novio? —ya era una lectura sobre el futuro—. No me vaya a decir lo que siempre dicen todos: claro que sí, conocerás a alguien.

—No soy una bola de cristal —dijo encogiéndose de hombros, como si no necesitara justificar nada—. Pero pa’ que no andes haciendo novelas de más, sí. Sí tendrás novio. Y muy pronto, ¿eh? Ya lo conoces y ni te imaginas.

—¡¿Qué?! ¿De dónde lo conozco? ¡Dígame! ¡Dígame!

—Ya te dije mucho. Nomás ponte atenta a escribir todo pa’ que no olvides.

—De acuerdo —respondí, ya más emocionada. Era lo que quería saber para trazar lo siguiente, aunque ni siquiera sabía cómo.

—No se van a casar, eso sí —agregó mientras se acomodaba en una silla, como si se fuera a quedar un buen rato—. Porque ya te vi.

—¿Pero él me va a gustar mucho?

—Sí, muchísimo. Ni te imaginas cuánto.

—¿Y me va a corresponder?

—De inmediato. Un romántico. Después vas a querer salir corriendo. Pero te vas a quedar. Y no porque seas terca —hizo una pausa—. Va a inspirarte, aunque no como quisieras.

—¿Y va a quererme bien? —solté enfática, ignorando lo que dijo después de romántico.

La señora me miró de reojo. Ya no se reía. Su tono se volvió más serio:

—Te va a querer con lo que puede. Y a veces lo que puede no es suficiente.

Me quedé callada. No sabía si eso me emocionaba o me daba miedo.

Ella siguió:

—Te va a mostrar partes de ti que ni tú querías ver. Y ahí es donde vas a decidir si te quedas.

—¿Y me voy a quedar?

—Esa decisión todavía no la tomas —dijo—. Pero ya la estás escribiendo.

—¿Y qué tengo que hacer?

—Lo importante es que lo vivas. Y que no te olvides de escribirlo. Porque tú no sabes olvidar si no escribes.


¿Porque la señora del futuro diría eso?

La señora dice que la constancia será la causa de futuras contradicciones. Es decir:

  • Seguiré amando intensamente incluso cuando sé de las consecuencias.

  • Seguiré aferrada a una escena o recuerdo aunque racionalmente ya no importe.

  • Seguiré esperando algo de las personas, aunque haya aprendido que no siempre llega.

  • Seguiré siendo fiel a mi forma de narrar, incluso cuando cambie de ciudad, cuerpo, gente o vida.

La señora habla desde la ambivalencia de ser constante, incluso sabiendo que es frustrante, agotador o solitario.

Y eso no necesariamente es malo… pero sí puede ser una fuente perpetua de contradicción interna. El chamaco ya no importa, y sin embargo, esa escena se sigue repitiendo con otros rostros, con otras frustraciones. No porque él fuera único, sino porque he sido constante en ese modo de sentir.

La señora dice entonces: No vas a sufrir porque cambien las cosas. Vas a sufrir porque tú vas a seguir sintiendo igual aunque todo cambie.

Sé que la constancia no es una condena.

Es una vieja compañía. A veces incómoda, a veces silenciosa, pero siempre ahí.

Y por más ambigua que sea, he aprendido a valorarla.

La constancia ha sido la que me ha mantenido escribiendo. La que me hizo guardar esas hojas durante años. La que me permite leerme sin vergüenza. La que sostiene lo que aún no entiendo del todo, pero que ya no intento negar.

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Proceso Creativo: Mi espejo