Proceso Creativo: Mi espejo
Convertir el peso en relato y las emociones en imagen.
Al observar mis proyectos, he reconocido un patrón constante en la forma en que surgen y toman forma: todo parte de un sentimiento que se queda conmigo, que insiste. Es una emoción que no se disipa fácilmente y que mi mente la toma con obstinación.
Desde que despierto hasta antes de dormir, mi pensamiento se enreda en esa sensación: ¿por qué me siento así?, ¿por qué se ha vuelto el centro de mis días? De esa necesidad por entender y contener nace el impulso de crear. Mis ideas no aparecen como conceptos abstractos, sino como una simple protagonista emocional que le urge hablar.
A partir de ahí comienza todo.
Dos ejemplos detallados:
RANCORE - de Sublimación Capítulo I
Relato
En aquellos días recuerdo haber atravesado un duelo intenso, algo que jamás había sentido. Vi como me desmoroné por el termino de una relación, y, no tanto por el fin de esa misma, sino por lo que había contenido aquella relación. Palabras que herían, silencios llenos de rabia. Recuerdo los trayectos en carretera, el volumen del coche al máximo, la velocidad como amenaza. Y yo, sentada al lado, sintiendo miedo de no llegar. Fue una pérdida profunda, sí, pero no de amor, fue una pérdida de identidad, sentido cotidiano…
Sé que cuando uno pasa por algo así, el cuerpo lo vive como una muerte. Y es que así es la naturaleza de la realidad cuando dejas de convivir y reflexionas en ese estado.
Cuando todo eso terminó, no sentí alivio inmediato. Sentí vacío, confusión, vértigo. Porque incluso las relaciones que nos dañan dejan un espacio difícil de entender. Y es desde ese lugar —frío, roto, gris— que comenzó a gestarse el proceso creativo de esta serie.
1. Preparación – El primer sentir
El primer sentir fue una mezcla cruda de enojo y tristeza. Recuerdo estar acostada sobre un colchón, mirando el techo, sin haber comido en un día, preguntándome:
“¿Por qué me hicieron esto?”
Tenía el teléfono al lado. Busqué la definición de rencor. Esa palabra me llegó de manera aleatoria. La escribí en mi cuaderno. Así supe cómo nombrar ese momento.
Estaba en un cuarto con todas mis cosas aún en cajas y bolsas. Mi único mueble permanecía envuelto en plástico. Acababa de mudarme, pero no sentía ningún deseo de habitar ese lugar. El entorno era una extensión de mi estado interno: desordenado, suspendido.
2. Incubación – El cuerpo como lugar del duelo
Mi cuerpo hablaba por mí. Los ojos hinchados, el estómago vacío, el casi desmayo al intentar levantarme del colchón. No tenía energía para comer ni para ordenar. Solo para sentir.
En ese estado comencé a buscar imágenes en algunos libros y mi acceso diario a Pinterest. Rostros, gestos, expresiones que reflejaran la fatiga emocional que cargaba. Buscaba, sin saberlo del todo, un espejo.
3. Iluminación – Una canción, una idea
Descargué algunas canciones de jazz. Cry Me a River, en la voz de Dinah Washington, me consoló. Me gusta que el proceso tenga una canción central, un soundreack que sea el corazón que lo atraviese todo. Esta fue la mía.
Después surge la necesidad de traspasar esto a imágenes. Pensé en una amiga actriz. Le pregunté si podía ayudarme a encarnar lo que estaba atravesándome. No hice moodboard esa vez, solo tenía unas notas en mi cuaderno y algunas imágenes que me quedaron impregnadas.
4. Elaboración – La puesta en escena emocional
Cuando mi amiga llegó al lugar donde haríamos las fotos, ella venía saliendo de una cita con su terapeuta. Su rostro estaba abatido. Antes de empezar, hablamos un momento de lo que estábamos viviendo. Quizás el sentimiento era compartido, y eso bastó para crear una conexión silenciosa.
Entre mis cosas encontré un vestido negro. No lo pensé demasiado, pero encajó perfectamente con el luto que flotaba en el ambiente.
Una luz breve, sin maquillaje. Algunas lágrimas contenidas. Todo fue componiendo una escena que no necesitó artificios. Solo presencia.
5. Sublimación – La imagen como contención
Así nació esta serie, narrada con una sola palabra:
rancore.
El sentir no se ocultó. No desapareció, pero encontró una forma. Esta estructura me permitió mirarlo desde fuera y compartirlo.
<<“Receptacula olei semper munda sint, ne novos sapores infecta veteri rancore corrumpant”>>
BLANCO O NEGRO
Relato
Aunque en este proyecto revelo algunos detalles, la historia detrás es sencilla: fotografías creadas desde el orgullo, no desde la nostalgia.
Salí con un cineasta. Idealicé su forma de hablar, la envoltura intelectual, y supuse, que en él habrían acciones poéticas.
Mi lenguaje más claro y profundo siempre serán las cartas. Ahí detallo lo que verbalmente me resulta difícil desenredar. No fue la excepción en esta situación. Sentí el enamoramiento y, con él, vinieron las fantasías: expectativas que me llevaron a fabricar escenarios fuera de sí. Me ilusioné con una historia que, en realidad, sólo estaba ocurriendo dentro de mí.
Mientras este vínculo se desarrollaba, ciertas actitudes y gestos me parecían señales. Todo coincidía con el “manual imaginario” que inventé para saber cuando le gusto a alguien. Esto parecía ir bien, así que decidí ser directa —no me gusta dar por hecho lo que no se nombra—. Le dije exactamente qué sentía y lo emocionada que estaba.
Y sí, su respuesta llegó.
Tarde.
Con buena letra y buenos modales, pero sin el sentir que yo esperaba.
—Me gustas —dije, por fin.
—Tú también me gustas —respondió él—. Pero creo que deberíamos ser amigos.
—No quiero más amigos. Ya tengo.
—Solo pienso en lo que es más sano para los dos…
—No me beso con mis amigos. No les escribo cartas largas y románticas. No me ilusiono con mis amigos.
—¿Entonces esto es un adiós?
—Esto —respondí— es el inicio de algo. Pero ya no tiene que ver contigo.
Ahí comenzó otra historia. Una que no sucede en la relación, sino en mí. Y esa es la que este proyecto revela.
No me sentí triste, más bien fue una caída abrupta de mis propias expectativas, una sacudida al ego. Corté todo contacto de inmediato. Irónicamente, días después volvió a escribirme para saber cómo estaba “tras ese duro momento”, dicho por el mismo. Pero lo cierto es que no estaba dolida, ni atravesando un drama romántico. Estaba ardida.
Y quise lucrar con ese sentir.
Lo ideé. Organicé tres talleres de fotografía y usé esta historia como núcleo para desarrollar el proceso creativo. Quería comunicar desde el enamoramiento inocente hasta la caída, y de ahí hacia una redención personal, no desde el perdón ni el olvido, sino desde la acción y la estética.
1. Preparación
Me enamoré. Me rechazaron. Fin del cuento... o inicio del delirio.
Con eso llegaron las fantasías: dignas de un guión con soundtrack melancólico.
Idealicé tanto que el tipo apenas estornudaba y yo ya estaba buscando el significado espiritual del momento.
Y claro, después aterrizó la realidad. Aterrizó fuerte.
Con una carta-respuesta cuidadosamente redactada, que existía solo porque yo mandé la mía primero.
(Ahí debí sospechar. Pero no. Yo ya tenía la película montada.)
2. Incubación (ese día, algo cambió dentro de Lotso)
Al cortar contacto y alejarme llegó ese momento, justo entre el orgullo herido y la playlist dramática, pensé:
“Esto no se va a quedar así”
No porque estuviera triste —eso vendría después… o quizá nunca—, sino porque algo dentro de mí dijo: ¿perdón?
Se me cayó la estructura. El romanticismo con el que maquillo mis ilusiones. Se cayó el altar donde lo había puesto sin su consentimiento.
Fue una pequeña muerte simbólica.
Tipo: aquí yace una versión mía que creía en señales universales porque alguien me sostuvo la puerta.
Y como buena dramática que soy: “esto me sirve para crear”, decidí no desperdiciar la furia. Iba a convertir esa caída en material. Porque si ya no iba a vivir el romance…
3. Iluminación
Tuve una idea. Un destello. Un uso.
Esa historia podía ser útil. Podía ser material.
Decidí nombrarlo Blanco y Negro. El título nació de una frase que le dije, radical y honesta para lo que yo sentía: “Soy blanco o negro, no medias cosas”. Fue lo primero que tuve, incluso antes de imaginar el resto. Y con ese título llegó una asociación inmediata: El Cisne Negro, de Darren Aronofsky. Volví a ver la película y, esta vez, la leí desde el prisma del enamoramiento.
Nina, la protagonista, transita de la inocencia al desborde. Se deja poseer por el negro, por esa parte oscura que termina por consumirla. Y aunque la película habla de la perfección y la locura, yo vi ahí una metáfora del resentimiento: si no lo canalizas, puede matarte.
Ahí decidí que esa transformación emocional también podía representarse desde lo visual. El cisne se volvió símbolo, y con él, las plumas. Las tomé como una insignia de la ligereza, del deseo, y de la caída. Elegí el blanco y el negro no solo por lo estético, sino porque en el contraste se revela la verdad.
Quería hablar de la claridad que llega después. De cómo lo que parecía tierno puede ser una advertencia.
De cómo lo que parecía poesía, tal vez era ego disfrazado.
4. Elaboración
Comuniqué sobre esta idea a mi amigo del momento, Adrián. Me ayudó a traducir esto en un peinado. Desarrollé los moodboards y conseguí las prendas indicadas para los capítulos de cada taller. Vi cómo ese “no” se transformaba en propuestas visuales.
María representaría el blanco. Sofía, el negro.
Ambas encarnaron los extremos de una misma experiencia emocional: el enamoramiento y su caída.
El blanco, en María, era la ilusión. Vestida con un corset y una falda de tul, encarnaba la ligereza del deseo y la emoción de las primeras correspondencias. El peinado —rizado, suelto, casi etéreo— fue coronado con un cisne, una creación magnífica de Adrián, que hablaba de la fragilidad y de esa sensación de flotar cuando algo apenas comienza. Las plumas volaban en el set. La dirección era sonrisas, una ternura ingenua que se podía respirar.
Sofía, en cambio, fue la respuesta misma. El no.
Representó el negro: el giro emocional, el desengaño, la afirmación de límites. Llevó un peinado relamido, pulido hasta la tensión; plumas negras, mojadas, pegadas como un ave que ha caído. Su maquillaje era dramático, intenso, como si los ojos gritaran lo que la boca no diría. Cada gesto, cada sombra, hacía semblanza a la ira contenida, a la dignidad que emerge tras un golpe al ego.
5. Verificación
Este proyecto no busca dramatizar ni romantizar el rechazo. No es nostalgia. No es dolor.
Es estética. Es reparación. Es saber que hubo una historia que no sucedió en el otro, sino en mí, y que por eso tiene valor.
Porque esto —lo que ves aquí— no es sobre él.
Esto es sobre mí.